miércoles, 10 de febrero de 2010

Sinestesia

Martina tenía habilidades extrañas, que ella no notaba por haberlas tenido toda su vida. Podía ver las palabras, sentir los sonidos chocar en su piel, o saborear los colores. Las palabras feas no sólo sonaban feas, sino que ella las veía horribles: algunas con pústulas y pelos, unas babosas y viscosas que despedían un horrible hedor, algunas terroríficas que vibraban tanto que parecían estar a punto de atacarla, y también estaban esas tan negras y oscuras que le era casi imposible leerlas. De vez en cuando también aparecía alguna manchada de sangre; eran las que Martina más odiaba.

No le hacía falta oír una conversación para saber cuándo dos personas estaban discutiendo o cuándo estaban simplemente charlando. Si veía el ambiente viciado con tonos grises y letras de bordes irregulares y furiosos, sabía que era mejor no acercarse. En cambio, en las charlas de amistad o de amor sentía un dulce aroma en el aire.


Algunas palabras le producían, también, un ligero sabor en la boca. Sin embargo, pocas eran las que tenían un sabor lógico. Los "te amo" eran bien dulces, aunque no como alguna comida que conociera, y las palabras de odio siempre dejaban un gusto amargo. Pero eran las únicas que actuaban como era de esperarse; todas las demás palabras eran arbitrarias en su comportamiento: a veces, cuando decía "lunes", Martina sentía el sabor de una frutilla en su boca; cuando alguien le decía que era alta, le provocaba la sensación de haber comido un puñado de sal; algunas canciones de hip hop venían acompañadas de un gusto agridulce difícil de definir, pero bastante agradable.


No sólo tenía problemas con las palabras; además, las formas y los colores tenían voces que Martina era capaz de reconocer. Las cosas muy puntiagudas solían soltar algún quejoso chillido de vez en cuando, y los objetos de tonos pastel entonaban las melodías más bellas. Los azules y los violetas parecían conversar entre ellos cada vez que se encontraban, pero ella no entendía su idioma.


A Martina la divertían todas estas extrañas reacciones que el mundo provocaba en ella, pero a veces se agobiaba. Le era extenuante, por ejemplo, estar en una sala donde hubiera mucha gente reunida, o hacer zapping en la televisión llegaba a confundirla y le causaba jaqueca.
En esos momentos en los que se saturaba de sentir, buscaba las caricias de su novio. El olor a jazmín que salía de ellas era capaz de tranquilizarla, hasta hacerla olvidar todo lo demás.

1 comentario:

  1. Es linda la historia pavo, U.U
    Hoy, que necesito hablar con vos, no estás coenctado. ¬¬
    Jaja, después te paso un cuento que escribí hace poco, a menos que ya te lo haya pasado. No me acuerdo XD jaja
    TQ Beso.

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