domingo, 21 de febrero de 2010

Mister Cellophane

If someone stood up in a crowd and raised his voice up way out loud. And waved his arm, and shook his leg, you'd notice him.

If someone in a movie show yelled "Fire! In the second row! This whole place is a powder keg!", you'd notice him.

And even without clucking like a hen everyone gets noticed, now and then. Unless, of course, that personage should be invisible, inconsequential,
me.

Suppose you was a little cat residin' in a person's flat
who fed you fish and scratched your ears, you'd notice
him.

Suppose you was a woman wed, and sleepin' in a double bed beside one man for seven years, you'd notice
him.

A human being's made of more than air. With all that bulk, you're bound to see him there. Unless that human bein' next to you is unimpressive, undistinquished, you know who!

Cellophane, Mister Cellophane, should have been my name, Mister Cellophane.
'Cause you can look right through me, walk right by me, and never know I'm there!

Never even know I'm there !

jueves, 18 de febrero de 2010

Palabras a mí mismo.

Siempre te creíste valiente. Siempre creíste que tenías el corazón de un león. Sobrellevaste muchas cosas en la vida, moriste miles de veces y muchas más reviviste. Pero ahora, ahora es cuando de verdad tocás fondo.
Recién ahora, ahora que te cansaste de todo; ahora que tus lágrimas ya se conviertieron en sangre, en dolorosa sangre, para volver a transformarse en lágrimas después; ahora que ya corriste a refugiarte en la inconciencia, que ya buscaste resguardo en la irracionalidad de los delirios; ahora que habiendo olvidado como sonreír ya inventaste risas químicas; ahora que ya escondiste detrás del sexo la falta de amor, de tu propio amor a vos mismo; ahora que ya embriagaste tus males, drogaste tus dolores, y sentiste doler en carne propia tus tristezas. Recién ahora tenés miedo. Porque ahora, recién ahora, te das cuenta de lo significa todo eso que hiciste. Y además ahora, por primera vez, te estás enamorando.
Tenés ganas de correr; ganas de huir. Tenés más ganas de alejarte de todo y de todos que nunca. Empezar de cero donde nadie te conozca y donde puedas reinventarte, para no tener que convivir más con esa persona en la que te convertiste que ya no creés conocer. Pero no podés huir, no podés correr ni esconderte. Ya es tarde. Ahora ya es tarde, y ya es hora de enfrentar las cosas. Porque ahora, justo ahora, es el momento de demostrarte que lo que hay ahí adentro es un corazón de león, y que no naciste para ser cobarde.-





( Soy un soñador cansado; pero sigo siendo un soñador. )

miércoles, 10 de febrero de 2010

Sinestesia

Martina tenía habilidades extrañas, que ella no notaba por haberlas tenido toda su vida. Podía ver las palabras, sentir los sonidos chocar en su piel, o saborear los colores. Las palabras feas no sólo sonaban feas, sino que ella las veía horribles: algunas con pústulas y pelos, unas babosas y viscosas que despedían un horrible hedor, algunas terroríficas que vibraban tanto que parecían estar a punto de atacarla, y también estaban esas tan negras y oscuras que le era casi imposible leerlas. De vez en cuando también aparecía alguna manchada de sangre; eran las que Martina más odiaba.

No le hacía falta oír una conversación para saber cuándo dos personas estaban discutiendo o cuándo estaban simplemente charlando. Si veía el ambiente viciado con tonos grises y letras de bordes irregulares y furiosos, sabía que era mejor no acercarse. En cambio, en las charlas de amistad o de amor sentía un dulce aroma en el aire.


Algunas palabras le producían, también, un ligero sabor en la boca. Sin embargo, pocas eran las que tenían un sabor lógico. Los "te amo" eran bien dulces, aunque no como alguna comida que conociera, y las palabras de odio siempre dejaban un gusto amargo. Pero eran las únicas que actuaban como era de esperarse; todas las demás palabras eran arbitrarias en su comportamiento: a veces, cuando decía "lunes", Martina sentía el sabor de una frutilla en su boca; cuando alguien le decía que era alta, le provocaba la sensación de haber comido un puñado de sal; algunas canciones de hip hop venían acompañadas de un gusto agridulce difícil de definir, pero bastante agradable.


No sólo tenía problemas con las palabras; además, las formas y los colores tenían voces que Martina era capaz de reconocer. Las cosas muy puntiagudas solían soltar algún quejoso chillido de vez en cuando, y los objetos de tonos pastel entonaban las melodías más bellas. Los azules y los violetas parecían conversar entre ellos cada vez que se encontraban, pero ella no entendía su idioma.


A Martina la divertían todas estas extrañas reacciones que el mundo provocaba en ella, pero a veces se agobiaba. Le era extenuante, por ejemplo, estar en una sala donde hubiera mucha gente reunida, o hacer zapping en la televisión llegaba a confundirla y le causaba jaqueca.
En esos momentos en los que se saturaba de sentir, buscaba las caricias de su novio. El olor a jazmín que salía de ellas era capaz de tranquilizarla, hasta hacerla olvidar todo lo demás.

miércoles, 3 de febrero de 2010

La pequeña muerte

No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.



Eduardo Galeano