Las tardes tirado en la terraza, mirando el cielo, pensando en nada más que en no pensar, o en lo chiquito que soy dentro de todo. Siempre me relajó tirarme a mirar el cielo, siempre fue mi medio de desconectarme. Acostarme en el piso duro, sucio, desnivelado, sin importarme nada, como lo hacía cuando era chico, y contemplar la inmensidad. Nada puede hacerme sentir mejor conmigo mismo, que contemplar esa vasta inmensidad.
El cielo, arriba, intocable, ajeno, y a la vez tan acá, tan en todos lados. Me hace sentir chico, y grande. Estoy bajo él, en mi casa, en mi terraza, aferrado a mis problemas, pensando en mis soluciones, y bajo él están millones de personas más, en sus terrazas, sus bancos, sus plazas, caminando, aferrados a sus problemas, pensando en sus soluciones, muriendo del dolor de cabeza. Entonces pienso, ¿qué tan grave, o qué tan trascendental es lo que me puede estar pasando a mí? Seguramente en este mismo momento hay miles de personas a las que les están pasando cosas peores. Y también miles de personas a las que les están pasando cosas mejores. Pero no importa, porque somos todos miles, millones, y somos todos uno, estamos bajo el mismo cielo. Nada puede importar.
El cielo, arriba, intocable, ajeno, y a la vez tan acá, tan en todos lados. Me hace sentir chico, y grande. Estoy bajo él, en mi casa, en mi terraza, aferrado a mis problemas, pensando en mis soluciones, y bajo él están millones de personas más, en sus terrazas, sus bancos, sus plazas, caminando, aferrados a sus problemas, pensando en sus soluciones, muriendo del dolor de cabeza. Entonces pienso, ¿qué tan grave, o qué tan trascendental es lo que me puede estar pasando a mí? Seguramente en este mismo momento hay miles de personas a las que les están pasando cosas peores. Y también miles de personas a las que les están pasando cosas mejores. Pero no importa, porque somos todos miles, millones, y somos todos uno, estamos bajo el mismo cielo. Nada puede importar.